Hace años, animada por mi compañera escritora Teresa Cameselle, me aventuré en el género de terror. Narrativa a la que sólo me he asomado con poco más de dos relatos, ya que lo mío es la romántica. Hoy comparto con vosotros uno de ellos, para desearos una feliz noche de brujas.
LA VECINITA CACHONDA Y SU PERRO
Olivia Ardey
Mientras él la abrazaba, entre hipidos y lloros le fue contando que su perrito faldero había desaparecido sin dejar rastro. Ella iba en bata y debajo se intuía muy poca cosa. Lencería explosiva, seguro.
—Y la policía no me hace ni caso —lloriqueó—. Creo que todo esto es culpa de algún cerdo de esos que se quejan por todo.
—Mujer….
—¡Pobrecito mío, cómo no va a ladrar si es un perro! —dijo con una lógica pueril.
—Gente sin corazón —le murmuró al oído sin dejar de acariciarle la espalda.
—Eres tan bueno —dijo con un puchero.
—¿Para qué estamos los vecinos? —ella suspiró restregándose contra él—. Anda, pasa que te invito a compartir mi cena. Algo sencillo, ¿te apuntas? —sugirió como si se le acabara de ocurrir, aunque era algo que tenía más que previsto.
Y concluyó un apretón en el culo. Ella alzó el rostro y lo miró con una sonrisa de oreja a oreja.
—Pues sí —dijo secándose las lágrimas—. A las penas, ¡alegrías! —añadió haciendo brincar sus tetitas saltarinas.
Tomándola por el talle, la hizo pasar y la invitó a acomodarse en el sofá mientras él iba hacia a la cocina.
—Pero no voy vestida para la ocasión —la oyó decir mientras sacaba un plato de la nevera tapado con papel film.
Regresó al salón con dos copas y una botella de vino. Era obvio que lo decía por decir, ya que en ese momento se acomodaba mejor la bata para exhibir canalillo.
—Ahora traigo el resto, pero cierra los ojos —pidió, ansioso por ver su reacción—. A ver si adivinas que he preparado. No se mucho de cocina, pero…
—¡Dame una pista! —pidió dando palmitas con los ojos cerrados.
Él se sentó a su lado con el plato en la mano.
—Está bien —concedió—. Primera pista: está crudo.
—¿Sushi?
—Frío… frío…
—¡Dame otra!
—Abre la boca.
—¿Asíiii? —preguntó obediente.
—Ahí va la segunda… —avisó embutiéndole un pedazo sanguinolento—. Los ladridos molestan.